MIS PRIMERAS EXPERIENCIAS EN EL SEMINARIO MENOR/ JOSÉ ADELNIDE GIRALDO HERRERA

MIS PRIMERAS EXPERIENCIAS EN EL SEMINARIO MENOR.
Por José Adelnide Giraldo Herrera.

Vivir Enclaustrado en el Seminario Menor de Pereira, fue la primera y más increíble experiencia que un joven campesino, como yo, pudiera tener en su corta e ingenua vida.

Aquella noche, después de la oración en la capilla, ubicada en la segunda planta, y de los cánticos finales con voces de coral, entonados por los antiguos seminaristas, que me encumbraron a una dimensión espiritual inenarrable, nos dirigimos a los dormitorios comunitarios, en medio del más estricto silencio. El mío, daba a todo el frente de la Iglesia San José, desde donde, por momentos, podía contemplar a través de los ventanales contiguos a mi cama, esa edificación gótica, grisácea y austera, que imprimía en mi vista una magia indescriptible por la severidad y la solemnidad propia de las más connotadas edificaciones medievales, contagiándome de un sabor espiritual único, en aquellas noches escasamente iluminadas por la luz amarillenta y débil de las bombillas que se extendían a lo largo de la misteriosa cinta asfáltica circunvalar.

El salón dormitorio que me tocó en suerte, estaba amoblado con una veintena de camas, recostadas a las paredes de aquél rectángulo y separadas por su respectivo clóset metálico, que correspondía a cada estudiante, donde guardaríamos en adelante todos nuestros efectos personales. La cama permanecía rigurosamente tendida y limpia durante el día; y al llegar la hora de acostarnos, ingresábamos en el más estricto silencio. No estaba permitido dirigirnos la palabra allí, so pena de sufrir la sanción correspondiente; así que después de vestir nuestras ropas de dormir, nos entregábamos al sueño reparador en medio del reinante silencio de la noche.

A este respecto, aparece en uno de los párrafos de mi novela autobiográfica, titulada “Después de la soledad”, lo siguiente: “Entonces mis ojos aún abiertos, copiaban toda esa belleza nocturnal y la refundía con los pasos lentos y firmes del vigilante, con las imágenes de los catres de hierro ahora ocupados por los seminaristas, que ya dormían, con el armario que indefectiblemente chocaba con mis ojos, como una pared abrupta, que me permitía tener la sensación de estar solo en mi intimidad, con las últimas plegarias y con una sonrisa apacible que lentamente se desvanecía entre mis sueños.”

Y más adelante dice: “A las cinco de la mañana sonaba la campana y a partir de entonces se iniciaba la rutina diaria: Desde los dormitorios comunes corríamos arrastrando las sandalias y envueltos en la bata de baño hasta la parte baja, donde quedaban las duchas comunes. Era un gran salón, entramado de tubos aéreos que terminaban en decenas de duchas. Los primeros en llegar, ocupaban las instalaciones, mezclándose el ruido de la caída del agua a presión, con las voces reprimidas de los estudiantes que gemían ante el impacto de las gélidas aguas, mientras el resto de los seminaristas esperaba su turno. El tiempo para el arreglo personal era corto, porque a las seis y veinte ya estábamos en la capilla entonando las primeras oraciones y participando de la Eucaristía. A las siete y cuarto, bajábamos al comedor y a las ocho se iniciaban las clases.”

“CHALI, “ESCOLA” Y VINO.

La integración en las actividades del seminario se hizo con la alegría del cambio, que era como un baño refrescante en mi juventud plena de asombro por la vida. Los testimonios aún permanecen frescos en el diario, iniciado nueve días después del arribo a la institución. Eran las primeras letras que consignaba en un cuaderno como parte obligatoria del área de literatura que dirigía el padre Cardona. Jamás había escrito algo. Recuerdo que la mañana del cuatro de febrero, durante el trayecto al Seminario, mi madre me había comunicado la recomendación que le hiciera el padre Arias.

– «Dígale a su hijo que lea, aunque sea periódico

Así que la redacción de aquél diario no fue un dechado literario y apenas alcanzaba a detallar algún itinerario elemental.

La obligación de escribir todos los días en el Diario y el ingreso a «La Chali» me abrieron el camino a las letras, que se ha convertido desde entonces en una fuente de crecimiento espiritual y de permanente insatisfacción por no hallar aún el punto que me indique la proximidad de una meta. Ahora, después de los años empiezo a solazarme más por la batalla, que por los galardones que hasta el momento reposan en la antesala de la quimera.

La «Chali» fue un taller literario integrado por un manojo de estudiantes al que pronto me integré. Éramos pocos, pero nadie nos arrebataba el placer de incursionar en un terreno novedoso y bello. Para entonces, el tema de estudio era el Modernismo y el personaje principal, nuestro poeta José Asunción Silva. Leí su novela «De Sobremesa», en la que el protagonista, José Fernández, vivía un verdadero conflicto con la sociedad burguesa. Leí sus versos plenos de ritmo musical y me enamoré de su “tercer Nocturno”, que terminé por declamar ante los compañeros en la reunión siguiente. Recuerdo el temblor de mis labios en el transcurso de la declamación:

«Una noche, una noche toda llena de ternuras, de murmullos y de músicas de alas
Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas
a mi lado lentamente, contra mí, ceñida toda, muda y pálida,
como si un presentimiento de amarguras infinitas
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara…»

Estaba perdido, con la mirada en el recinto, confundiendo toda aquella masa expectante que se agigantaba ante el vértigo de la primera vez. Al finalizar la declamación sonaron los aplausos de los contertulios, mientras retornaba con torpeza al banco, para esperar la siguiente intervención.” Páginas 51 – 53. Novela. “Después de la Soledad”

Hoy, después de 62 años, cuando mis ojos empieza a ver borrosa la letra diminuta, cuando mis sienes despobladas se llenan de arrugas, y empiezo a mirar la vida, con la nostalgia de los años perdidos, y a llenarme de ilusiones de infinito, alimentado por la fragilidad de mi fe, siento que la magia de mis recuerdos refuerzan esta esperanza que se hace terca ante la perspectiva de mi finitud.

José Adelnide Giraldo Herrera
Abril 11 de 2024.

Muchas gracias por sus comentarios.

NOTA: las fotos que aparecen a continuación, son tomadas del Internet, como un pálido reflejo de lo que fueron nuestros dormitorios y el salón de las duchas.

Adelnide.