PALABRAS DE ROY BARRERAS, EN LA POSESIÓN DEL PRESIDENTE GUSTAVO PETRO
- Palabras Mayores
- agosto 7, 2022
- Generales, Internacionales, Nacionales, Politica
- Gustavo Petro, PALABRAS, Presidente, Roy Barreras, Senado, Senado de la República
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En un domingo como hoy, pero a las 2 de la mañana, 84 personas niños, hombres y mujeres murieron calcinados después de un atentado guerrillero. En un sábado como ayer, 119 seres humanos refugiados en una iglesia fallecieron tras el estallido de una bomba. Es la herida de Bojayá que es una herida en el corazón de Colombia. Un miércoles cualquiera, en Pueblo Bello, un corregimiento colombiano bello, bello como tantos, se habían desaparecido medio centenar de vacas. Sí vacas, los paramilitares decidieron que por cada vaca debía ser eliminado un ser humano. 43 campesinos aparecieron asesinados; uno por cada vaca, otros centenares fueron desaparecidos. Centenares más fueron desplazados. Centenares, miles incluyendo 6402 inocentes asesinados por indignos agentes del estado, tantas heridas en el corazón de Colombia, de esta piel, de esta Patria hermosa lastimada. Sí centenares y miles también de soldados y policiales, incluyendo los que han sido asesinados hace pocos días, jóvenes muchachos y muchachas, sencillos servidores públicos de los que no conocemos sus familias que hoy aún sufren, asesinados por organizaciones criminales generadas por esa maldición del narcotráfico a la que el mundo consumidor se niega a dar una solución inteligente, reguladora y preventiva.
¿De qué historia venimos? De dónde venimos quienes aquí estamos, los colombianos, las colombianas que nos ven. ¿De qué historia venimos? Qué grato sería celebrar este domingo que es un domingo alegre, de fiesta, de cambio, de ilusión, de esperanza, de renacer, sin heridas, sin cicatrices, pero venimos de esas heridas viejas, venimos de esos campesinos, venimos de esos desplazados, de esos desarraigados, de esos desempleados, de esos artesanos, de esos labradores, de esos humildes, de esos abandonados, invisibles y negados que en 200 años de vida republicana no han tenido un Estado que los proteja, un Estado que exista más allá del papel en todo el territorio. Nueve guerras civiles en el siglo XIX y en medio de la sangría de las guerras fratricidas, aún así se levantaban voces que defendían el humanismo, la ilustración. Voces que soñaban con la posibilidad de parar la guerra, la matanza, la violencia. Voces que sembraron en medio de la batalla de la Humareda la democracia liberal.
Es lo que vinimos hacer hoy: intentar parar la muerte y convertir a Colombia en una potencia mundial de la vida. Intentar sanar esas heridas, a eso vinimos hoy. Para sanarlas hay que conocerlas, hay que recordarlas, hay que saber cuál es esa verdad y qué la causa. De allá venimos, venimos de una historia en la que ha habido voces valientes que han levantado el reclamo popular pero que sólo ahora encontraron el camino de la reivindicación.
Qué curioso, 170 años antes que Mariana Mazzucato, la acertada economista italiana que hoy en día inspira a muchos, un colombiano a unas cuadras de aquí, Ezequiel Rojas, ya había dicho que los estados y los sistemas políticos debían maximizar su utilidad, reducir el costo; es decir tomar la decisión como Estado de competir, de ser más eficientes. Decisión pendiente hace siglo y medio: prepararnos para competir.
Claro que tiene razón Mazzucato, claro que los estados no pueden ser solamente reguladores, administradores, sino motores de la sociedad, de la economía, estimuladores de la libre empresa para ayudarla a ser competitiva, pero para ello, los estados primero tienen que existir y existir en todo el territorio y ejercer su poder con legitimidad. Y aquí tenemos el gran reto: que el Estado llegue a los territorios hoy abandonados, para detener la guerra, para detener las violencias, para detener la miseria, para detener la muerte.
¿Pero qué nos trae hoy aquí? Venimos de esa historia de despojo, de violencia, de desalojo, de ausencia del Estado. Venimos también de esa historia de las ideas liberales, las que sobrevivieron, las del progresismo liberal que no era otra cosa que el liberalismo del siglo XIX, el que liberó los esclavos, el que sobrevivió a la guerra de los Mil Días y a la masacre de las Bananeras, el que reivindicaba los derechos de los obreros, los trabajadores, de los campesinos. Soy un liberal convencido, hijo de esa historia.
Pero no es eso lo que nos trajo aquí este domingo, esta tarde, porque esa historia, tanto la de la guerra, la de la ausencia del Estado como la del nacimiento de las ideas de la democracia liberal en estas tierras ha estado siempre presente y sin embargo ese reclamo nunca había sido capaz de convertirse en gobierno popular.
Hoy hemos llegado aquí gracias a un mandato popular, a un río, un torrente de voluntades, a la energía de un pueblo que cansado, pero fuerte y digno levantó la cara, levantó la cabeza, levantó la voz y dijo ¡NO MÁS! ¡SOMOS CAPACES DE LIDERAR NUESTRO PROPIO DESTINO!
Y encontraron un hombre que encarnó ese pueblo, una mujer que encarnó ese pueblo, hombres y mujeres que encarnaron esa voz.
Y por primera vez en esos 200 años de vida republicana, señores gobernantes de América Latina, gobernantes del mundo que nos escuchan, en esta tierra por primera vez, un gobierno progresista de izquierda democrática ha llegado a Colombia. Eso tiene un significado histórico enorme. Es una ruptura, es un quiebre de la historia, porque por supuesto, el reclamo, el dolor, la ausencia y la pobreza convivieron siempre con las hegemonías, con los estados insuficientes, con los grupos de poder, con los que todo lo aliviaban con paliativos sociales que calmaban conciencias pero no calmaban el hambre, el desempleo, la informalidad, la inequidad, con los que decían de la mano de Friedman, de Hayek, que se podía seguir avanzando sin cerrar esas heridas en la piel, sin cerrar las brechas sociales. Pero el pueblo se movilizó, lo hizo pacíficamente y demostró que desde la guerra inútil jamás se hubiera podido llegar al cambio. Llegó desde la democracia.
¿Por qué esta vez se pudo y antes no? Porque nos atrevimos a construir un Acuerdo de Paz que en su punto 2 en las páginas 35 y 36 de ese Acuerdo final, que tuve el honor de firmar a nombre del Estado colombiano, dice: “La firma e implementación del Acuerdo Final contribuirá a la ampliación y profundización de la democracia en cuanto implicará la dejación de las armas y la proscripción de la violencia como método de acción política para todas y todos los colombianos, a fin de transitar a un escenario en el que impere la democracia, con garantías plenas para quienes participen en política, y de esa manera, abrirá nuevos espacios para la participación”.
¡Eso se hizo realidad! Nos atrevimos a mostrarle al mundo y a decirnos, nosotros mismos, que era posible dejar los fusiles después de 60 años de guerra y alzar la voz pacíficamente y entonces la ilusión y los vientos de la paz trajeron también los vientos de la movilización social. Esa movilización, que como dice Antonio Negri, es más fuerte en América Latina que en cualquier otra parte. Y aquí en Colombia esa movilización social se convirtió en poder. Gracias a la paz y a pesar de la guerra. Por eso venimos hoy también a defender ese legado de la paz. Y venimos a decirle al ELN ¡dejen las armas! El triunfo de Gustavo Petro es la prueba de que la violencia política no tiene ninguna justificación, el camino es la Paz y es ahora.
Y a los narcos les decimos en aras de una paz total: ¡Dejen de matar! No habrá ánimo en el Congreso para avanzar en nuevas formas de sometimiento a la justicia si siguen asesinando líderes sociales, ambientales y policiales.
Hoy ese mandato popular en favor de la paz, en favor de la vida digna para todo los seres sintientes, ese mandato que exige justicia social y ambiental nos ha traído a esta plaza y a todas las plazas de Colombia que celebran este quiebre histórico. Este renacer de la esperanza.
¿Para qué estamos aquí? ¿Qué venimos a hacer? No sólo a celebrar. Venimos a comprometernos a hacer del Estado un sembrador de la cultura de la vida. En las aulas, en las calles, que esparzan la semilla sagrada de la vida los maestros, los artistas, que canten y que pinten y que dancen la vida y que el Estado esté allí apoyando eficazmente esa siembra de la vida desde la cultura popular.
Aquí hay una patria dispuesta a renacer, para que de la mano de las otras naciones latinoamericanas decidamos compartir un destino común, una sola agenda de competitividad, un Parlamento Latinoamericano vinculante, ojalá una sóla moneda y sobre todo una sóla voz digna, para recordarle al mundo consumidor, al mundo contaminador, al mundo más desarrollado su corresponsabilidad en el destino común de la humanidad. Para contarle al mundo que aquí tenemos el agua, el aire, el alimento, la biodiversidad que el mundo necesita.
Pero también venimos a recuperar lo perdido:
Hace cuatro años a pesar de las dificultades, teníamos una tasa de desempleo del 9,4% hoy es del 11,3%. Una tasa de pobreza aún dolorosa del 26%, pero hoy es del 39%. Un coeficiente de GINI del 0,508 hoy es del 0,520. La pandemia puede explicar pobreza sobreviniente pero no creciente inequidad. Teníamos $516 billones de deuda pública, hoy tenemos $750 billones. Teníamos 7,4% de pobreza extrema, hoy 12,2%. Nos dijeron entonces que habíamos dejado un mar de coca de 180 mil hectáreas, actualmente hay 245 mil.
Hoy tenemos la obligación de hacerlo mejor que ayer y mejor que nunca. Y eso implica cambios de fondo. ¿Cómo lo haremos? El verdadero cambio. Lo ha dicho este ciudadano hijo del pueblo, este hombre que se convirtió en la voz de millones: el ciudadano Gustavo Petro Urrego que acaba de posesionarse hace unos minutos como Presidente de la República de Colombia, ha dicho él: el verdadero cambio son las reformas. Por supuesto que las reformas implican una gran responsabilidad de quienes aquí estamos. Esta es una sesión de Congreso Pleno de Colombia al aire libre y este Congreso es responsable de ese cambio, porque es el llamado a hacer esas reformas. Pero tiene también un mandato. El mandato del equilibrio, es una antinomia que parece imposible pero que es indispensable. El cambio es lo contrario a la estabilidad, pero medio país exige el cambio y lo merece. Y otro medio país quiere estabilidad, garantías y equilibrio.
Unas reformas que garanticen la institucionalidad, pero que garanticen también el cambio. Unas reformas que canalicen el deseo popular, que no implica destruirlo todo, sino construir sobre lo construido, pero en algunos casos demoler para reconstruir nuevos cimientos sociales. No será fácil, tenemos que responder a unas enormes expectativas, en medio de un gran déficit y un gran endeudamiento.
Tendremos también que garantizar la independencia del Congreso frente al ejecutivo. Porque sin independencia no hay democracia, hoy amenazada en el mundo por utopías autoritarias y por el atropello de la post verdad, lo que Chul Han ha llamado una sociedad aturdida por el frenesí de la desinformación como fuerza destructora, que deteriora la democracia y los derechos y nos devuelve a una sociedad del miedo y del odio, de la xenofobia, del racismo, de comportamientos tribales.
Tenemos una gran obligación, en medio de la crisis de esta democracia liberal. La obligación de defender los derechos y eso sólo se hace reconstruyendo el estado de derecho legítimo; recuperando la cultura y también la fe, para quienes tenemos la bendición de la fe en un ser superior. Es la defensa de la ilustración. Hoy los invito a creer. Creer es resistir, ha dicho recientemente el escritor Mario Mendoza. Nosotros creemos que es posible que el país renazca. Que las mujeres de Colombia vuelvan a sentir o quizás sientan por primera vez, que hay un estado que protege sus derechos. Que los jóvenes que no veían ningún futuro encuentren un estado que les abra el camino de las oportunidades. Que vuelva a renacer en los adultos mayores la esperanza de tener una vejez digna. Claro que es posible, Edgar Morín, el filósofo francés, que tiene hoy 101 años, vuelve a recordarnos que la democracia puede sobrevivir, aún a las pandemias. 101 años, lúcido y escribiendo. Ese filósofo nos recuerda que este gabinete y los ministros que se posesionan, todos, todos son muy jóvenes.
A eso hemos venido, a cumplir un mandato popular. A superar esta historia de la guerra y esta cultura de la muerte. A decirle al mundo que mientras otros países invaden, contaminan, consumen drogas y luego prohíben, castigan y abandonan sus compromisos climáticos, hacen la guerra y se ufanan de ser potencias de la muerte, COLOMBIA está decidida a convertirse en una potencia mundial de la vida.